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Celina se puso a ello. Como el cumpleaños sería en verano, la generosa vecina les ofreció su casa y su jardín para el festejo. Su madre encargó a una compañera suya que hiciera una gran torta de cumpleaños, pagó a unos jóvenes para que se ocuparan de la música y comunicó a amigos, familiares y vecinos que trajeran comida y bebida para compartir.

La noche de la fiesta, aquel lugar estaba irreconocible. Daniela nunca había visto tanta gente allí, pasándolo tan bien, charlando, jugando, riendo y, sobre todo, bailando.

Su padre llegó con traje y corbata y con la intención de bailar un vals con su hija. Sin embargo, Daniela tenía muy claro que su fiesta era diferente y abrir el baile como lo hacían todas no estaba en sus planes.

Asistieron hasta personas de la familia que ni siquiera conocía. Todos le hicieron regalos y el padre de Marina llevó su cámara y se dedicó a hacer unas fotos maravillosas que Daniela conserva como un tesoro.

Hablar

Los amigos hablaban de todo: de cómo sería su futuro, de la situación general del país, de sus ilusiones, de sus miedos, de absolutamente todo. Tenían la peregrina idea de que vivirían juntos para siempre y, en el caso de que alguno quisiera casarse y formar una familia, podrían construir una casa grande donde los hijos de todos crecieran juntos.

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