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Después de comprar las entradas, se quedaron admirando la impresionante arquitectura del teatro y Daniela estaba absorta observando las columnas cuando, al girarse de repente para comentarle algo a Fabián, se encontró de frente a escasos centímetros de Mario Benedetti, quien le tocó el brazo y le dijo : “Disculpe”.

Ella se quedó petrificada por la impresión, no le salió ni una palabra de su garganta y supuso que la mandíbula le llegaría al pecho, aunque no tenía un espejo para comprobarlo.

Le llamó la atención haberse encontrado con sus ojos a la altura de los suyos y pensó que era increíble que alguien tan grande tuviera tan poca estatura. Daniela siempre había admirado su poesía y su particular forma de expresarse, tan sencilla que hasta siendo una niña podía entenderlo y a la vez tan compleja que era capaz de hacerla sentir intelectual y emocionalmente conectada con el autor.

Cuando aquel admirable hombre se alejó, ella buscó el rostro de Fabián, quien la miraba desde una distancia en que lo había visto todo con una amplia sonrisa. Daniela le comentó que el hombre olvidaría ese encuentro al instante siguiente mientras que ella lo recordaría toda su vida.

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