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Escuchar

A Daniela le tranquilizaba escuchar la voz y la risa de su madre. Una conversación entre sus padres era como una caricia reconfortante. También le gustaba escucharlos cantar y charlar con otras personas.

En muchas ocasiones, sobre todo cuando estaba cansada o molesta por algo, la niña trepaba al regazo de su madre y pegaba la oreja a su pecho, mientras la conversación de los adultos seguía su curso. El sonido y las vibraciones de la voz de su madre desde dentro la adormecían y le daban una sensación de bienestar difícil de conseguir en otros momentos del resto de su vida.

Sentir

El padre llegó con un loro pequeño entre sus manos y las dos niñas se sintieron asombradas y conmovidas. Le llamaron Piringo y el animalito aprendió a vivir con ellos. No tenía jaula, su casita era una caja de cartón con papeles y retazos de telas. Andaba suelto por la casa y el padre le cortaba la punta de las plumas de las alas para que no volara.

Dejaban la camita en el baño para que durmiera allí por las noches y, por las mañanas, Piringo trepaba con sus patitas y su pico por la colcha de las camas de las niñas y las despertaba con suaves golpecitos de su pico en sus caras.

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