Читать книгу Un mundo made in China. La larga marcha hacia la creación de un nuevo orden mundial онлайн

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Saltando al presente un instante, el hecho que muchas empresas de capitales chinos sean ahora transnacionales muy influyentes es el resultado de una política cuya parte visible y tangible la constituyen los productos que China vende al mundo, o las partes y piezas que empresas de China engarzan en los productos de las multinacionales (dueños de las marcas, de las licencias y/o de las patentes), productos que consiguen su forma final dentro del territorio chino, y desde allí son enviados a los principales mercados del mundo. Esto no era así antes de 1978, ya que la inversión extranjera tenía vedado el ingreso a China, y esta nación tenía poco comercio con el resto del mundo. Desde entonces, las decisiones que ha tomado han tenido el sentido de reducir sus grados de dependencia de Occidente, en particular.

Ese impulso original vino dado por el sector estimulado: el exportador. Por eso, el crear riqueza se transformó en una meta, un target del régimen, y así como el elemento constitutivo y esencial del desarrollo económico no es la creación de riqueza, sino la capacidad de crearla, no bastaba con fomentar el progreso técnico sino que pasó a ser necesario sentar las bases para crearlo, generar progreso técnico. Y también se debatió si era posible conseguir mayores niveles de cambio técnico en una situación de dependencia tecnológica, porque lo más probable es que si no se conseguían grados de independencia, sólo se iba a poder replicar una situación en la cual el capital extranjero iba seguir siendo el responsable de lo que sucediera con y dentro de la República Popular China. Puesto de otra manera: las necesidades tecnológicas pueden ser atendidas por el sistema científico y técnico doméstico o por las fuentes externas proveedoras de conocimiento tecnológico, pero reducir la política tecnológica a una regulación de la transferencia de la tecnología implicaría aceptar esa condición de “dependencia” tecnológica, lo que supone un juicio de valor sobre la incapacidad de las economías en desarrollo de encontrar soluciones tecnológicas a sus propios problemas. Una admisión del hecho que sería imposible crear para progresar.

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