Читать книгу Mejor no recordar онлайн

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Salí rápidamente de la ducha y me enrollé una toalla en el pelo para que se fuese secando. Me lavé los dientes y corrí hacia el armario de mi cuarto para decidir qué conjunto ponerme. Suspiré con fuerza, no tenía ni la menor idea de cómo vestirme. Finalmente, ante la presión del sonido de las agujas del reloj de la pared de mi cuarto, opté por unos vaqueros rotos, una blusa negra un tanto escotada y unos botines de tacón. Volví al cuarto de baño y, antes de secarme el pelo, me maquillé los párpados en tonos ocres y marrones para resaltar el azul de mis ojos. Me puse polvos y colorete en las mejillas y me pinté los labios de color granate. Volví a mi cuarto y me miré en el espejo. Sonreí y me guiñé el ojo, pensando que, para lo rápido que había ido, el resultado no había sido nada malo. Me recogí el pelo en una coleta alta y dejé que el flequillo se deslizase por mi frente. Desde la adolescencia, siempre había tenido el pelo largo y me gustaba llevarlo suelto. Sin embargo, hacía unos meses había cometido la locura de cortármelo por encima de los hombros y me había dado mechas californianas. Por eso, desde entonces, me encantaba hacerme una fina coleta y dejar a la vista las puntas rubias, dando un toque personalizado a mi pelo castaño.

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