Читать книгу Sexualidad y violencia. Una mirada desde el psicoanálisis онлайн

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Gracias al empuje de los movimientos feministas y —según en qué países— la sensibilidad de los poderes públicos, la violencia y las diferentes modalidades de acoso contra las mujeres han adquirido a partir del comienzo de este siglo una relevancia y una trascendencia mediática como nunca antes habían alcanzado, hasta el punto que podrían reconocerse como una rama especializada de la criminología. Combatirlos sin tregua es una exigencia política y moral, evitando los excesos inquisitoriales que convierten a los hombres en general como objetivos a batir, sin olvidar que la agresividad y la violencia en diversos grados están presentes en todos los ámbitos de la vida y que, como el mal, no pueden erradicarse por completo. La historia de las sociedades humanas —es decir, desde que hay sujetos hablantes, sexuados y mortales— muestra que la violencia es inherente a la condición humana, y que esta no predispone a los hombres a la contención voluntaria de las pulsiones. De ahí que la ley, como límite al goce y a la prepotencia de lo real, es un requisito imprescindible para garantizar la convivencia. Todos quienes forman un grupo social deben pagar un alto precio en forma de malestar a cambio de esa contención pulsional y, aunque el llamado proceso civilizatorio ha generado la ilusión de que la mayor parte de la humanidad ha hecho suyos unos principios morales que sus miembros asumen y respetan de buen grado, en realidad no se trata más que de eso: una ilusión. Así, el hecho constitutivo del malestar de los sujetos con la ley es la existencia misma de esa ley, que se les impone tanto como un fenómeno estructural como por ser la encarnación simbólica-institucional del discurso del amo.

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