Читать книгу Recently Discovered Letters of George Santayana. Cartas recién descubiertas de George Santayana онлайн

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No hay mejor modo, creo, de acercarse a los sufrimientos de Westenholz y a su talante personal que leer los dos últimos párrafos dedicados a él en Personas y lugares, titulados respectivamente «Sus obsesiones» y «Su despejada inteligencia»:

En cuanto a él, se le fueron acumulando las dificultades. El temor al ruido no le dejaba dormir por miedo a que alguno le despertara; y en su equipaje llevaba unas gruesas cortinas grandes para colgarlas en las ventanas y en las puertas de sus cuartos de hotel. En Volksdorf, su refugio campestre, los suelos estaban todos cubiertos de alfombra de goma para amortiguar las pisadas de los posibles invitados; y solía bajar corriendo más de una vez, después de estar metido en la cama, para cerciorarse de que había cerrado el piano, ¡porque de lo contrario, podía entrar un ladrón y despertarlo al sentarse a tocarlo! Cuando le sugerí que podría superar esa idea absurda simplemente contraviniéndola y repitiéndose lo absolutamente absurda que era, reconoció que quizá lograra superarla, pero que entonces desarrollaría alguna otra obsesión en su lugar. No tenía remedio, y ni toda su inteligencia ni todos los médicos y psiquiatras fueron capaces de curarlo. En sus últimos días, según me dijo Reichhart, la gran obsesión se refería a la ropa de la cama: se pasaba media noche colocando una y otra vez los colchones, almohadas, mantas y sábanas, por miedo a no poder dormir cómodamente. Y si alguna vez olvidaba ese terrible problema, su mente enseguida giraba hacia las dificultades, más reales y no menos obsesionantes, que tenían que ver con cuestiones de dinero. La maldición no era que le faltara, sino que lo tenía, y debía rendir cuentas de ello ante el gobierno y ante Dios. Y las complicaciones eran infinitas porque él legalmente era ciudadano suizo, y tenía fondos en Suiza, en parte declarados y en parte secretos, sobre los que pagar impuestos tanto en Suiza como en Alemania; y durante años soportó la carga de la casa y el parque de Hamburgo, poco a poco expropiados por el gobierno municipal, hasta que finalmente se deshizo de ellos y se fue a vivir más al norte, a Holstein, pensando quizá en emigrar a Dinamarca. Un cúmulo de dificultades, una multitud de problemas insolubles que hacían horrible la vida, sin contar el roedor gusano de la incertidumbre religiosa y la confusión científica.

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