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“Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2,36-38).

Cuarto misterio:

La persecución de Herodes y la huida a Egipto.

“Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él” (Lc 2,39-40).

Por ese tiempo unos astrólogos de Oriente que nosotros llamamos “magos” se presentaron en Jerusalén. Pareciera que este suceso movilizó a los letrados religiosos, fariseos y sumos sacerdotes y a la misma autoridad civil. Por eso Herodes, astuta y maliciosamente “mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje»” (Mt 2,7-8).

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