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Dice la Palabra de Dios: “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: ‘Mujer, aquí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Aquí tienes a tu madre’. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19,24-27). Fue el Hijo quien nos dio el regalo de su Madre. Jesús, que ya lo había ofrecido todo, en los últimos minutos de su vida quiso darnos también el tesoro más preciado para un hijo: su madre. De esta manera el Señor declaraba la maternidad universal de María sobre el Pueblo de la Nueva Alianza.

Esta gracia recibida por la Iglesia desde su fundación en Pentecostés hace que cada uno de nosotros nos apropiemos de la Madre y podamos llamarla con distintos nombres para invocar su protección y cuidado.

Al abrazar este regalo de la maternidad de María, la Iglesia comienza a reconocer en la Santísima Virgen hermosos y muy variados modos de invocarla: Abogada junto al Padre, Auxiliadora de los Cristianos, Socorro en nuestras necesidades, Mediadora de todas las gracias, etc. (Cf. LG 62).

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