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El poder que sobre la voluntad del hombre ejerce la concupiscencia es muy grande. Arrastra, empuja, oscurece, contamina, se pone en contra de la ley, reduce al hombre a servidumbre, disminuye la serenidad, es como un fuego.

4. LA VOLUNTAD PERSONAL LIBRE

Para Agustín está bien claro que el pecado no es obra de Dios, ni tampoco obra de una sustancia corpórea, preexistente, paralela, que obra el mal en el hombre. El pecado es obra del hombre, nace de su voluntad o del libre albedrío. En efecto, la causa del pecado hay que ponerla en la voluntad. El pecado surge de la elección que hace la voluntad del mal sobre el bien.

De tal modo, que tanto los hábitos como esa especie de necesidad que experimenta el hombre nacida de la costumbre proceden, en última instancia, de la libre voluntad, como lo explica Agustín en este texto: “Ligado no por cadena ajena, sino por mi propia férrea voluntad… Mi voluntad perversa se hizo pasión, la cual, servida, se hizo costumbre, y la costumbre no contrariada se hizo necesidad” (L. VIII, c. V).


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