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Como criaturas mortales, estamos expuestos a toda clase de temores. Somos gente ansiosa dada a las fobias. Algunos le temen a los gatos, otros a las serpientes, otros a los lugares congestionados o bien a las alturas. Estas fobias se apoderan de nosotros y perturban nuestra paz interna. Hay una clase especial de fobia que todos sufrimos. Se llama xenofobia. Xenofobia es un temor (a veces un odio) hacia los extraños o los extranjeros (tratándose de personas), o bien hacia algo que sea extraño o extranjero. Dios es el máximo objeto de nuestra xenofobia. El es el más grande extraño, el mayor extranjero, dado que El es santo y nosotros no.

Le tememos a Dios porque El es santo. Pero nuestro temor no es el temor sano que la Biblia nos motiva a tener. Nuestro temor es un temor servil, un temor nacido del pavor. Dios es demasiado grande para nosotros, demasiado asombroso, y para colmo, nos hace difíciles demandas. El es el Misterioso, un Extraño que amenaza nuestra seguridad. En su presencia, tememos y temblamos y el hallarnos en su sentencia, puede ser nuestro más grande trauma.

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