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Otto habló del tremendum por causa del temor que lo santo provoca en nosotros. Lo santo nos llena con una especia de pavor. Nosotros usamos expresiones como “se me congeló la sangre” o “mi carne se estremeció.” Pensemos en uno de los cantos espirituales de los negros titulado: “¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor?”. El coro de este himno dice, “A veces esto me hace temblar… temblar… temblar.”

Usualmente tenemos sentimientos mezclados acerca de lo santo. Hay un sentido en el cual, a la vez que somos atraídos por ello, también lo repudiamos. Algo nos atrae y al mismo tiempo queremos alejarnos. Pareciera que no podemos decidir qué escoger. Parte de nosotros anhela lo santo y otra parte lo desprecia. No podemos vivir ni con, ni sin ello.

Nuestra actitud hacia lo santo es similar a nuestra postura para con las historias de fantasmas y las películas de horror. Los niños ruegan a sus padres que les cuenten historias de fantasmas hasta que se asustan tanto que les imploran que paren. No me gusta ver películas de miedo con mi esposa. A ella le gusta verlas hasta que las vea – o, debería decir, hasta que no las vea. Nos pasa lo mismo cada vez. Primero me sujeta el brazo y clava las uñas en mi carne. El único alivio que tengo es cuando ella me suelta el brazo para cubrirse los ojos con sus dos manos. Lo próximo que sucede, es que ella se levanta y camina hacia la parte posterior del cine, donde puede pararse contra la pared. Allí, ella está segura que nada va a saltar desde atrás para agarrarla. Luego, se va del cine y busca refugio en el vestíbulo, y por si esto fuera poco, me dice que le encanta ir a ver ese tipo de películas. (Debe haber alguna explicación teológica de esto en alguna parte.)

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