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Aquí suena como si Jeremías estuviese afligido por un ataque de tartamudez. Normalmente la Biblia es breve en sus expresiones y economiza el lenguaje. Jeremías rompe esta regla tomando tiempo para expresar lo obvio. El dice, “Me sedujiste, y fui seducido.” La última frase es un desperdicio de palabras. Por supuesto, Jeremías fue seducido. Si Dios lo sedujo, ¿cómo podía no sentirse seducido? Si Dios lo sobrecogió, ¿cómo podía no estar sobrecogido? Tal vez Jeremías sólo quería asegurarse que Dios entendía su queja. Tal vez estaba usando el método hebreo de repetición para indicar énfasis. Jeremías fue seducido y sobrecogido. El se sentía impotente y desamparado ante el absoluto poder de Dios. En ese momento Jeremías estaba supremamente consciente de su condición de criatura.

No siempre es placentero que se nos recuerde que somos criaturas. Las palabras originales de la tentación de Satanás son difíciles de olvidar, “seréis como dioses” (Génesis 3:5). Esta horrible mentira de Satanás es una mentira que nos encantaría creer. Si pudiéramos ser como dioses, seríamos inmortales, infalibles e irresistibles. Tendríamos una cantidad de poderes que no tenemos ni podemos tener. La muerte nos atemoriza con frecuencia. Cuando vemos a alguien morir, recordamos que somos mortales y que algún día nosotros moriremos. Es un pensamiento que tratamos de quitar de nuestras mentes, y nos sentimos incómodos cuando la muerte de alguien se entromete en nuestras vidas, anunciándonos lo que tendremos que enfrentar inevitablemente. La muerte nos recuerda que somos criaturas. Pero tan temible como es la muerte, no es nada comparada con enfrentar a un Dios santo. Cuando nos encontramos con El, toda nuestra condición de criaturas se avanlanza sobre nosotros y desintegra el mito de que somos semi-dioses, deidades inferiores que tratarán de vivir por siempre.

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