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La espesa y grisácea neblina que flotaba tercamente en el ambiente hacía que el sol tuviese aún más problemas que los habituales para iluminar la fría mañana. Unida a la permanente capa de contaminación que desde décadas atrás era considerada un triste elemento distintivo de la ciudad, hacía que la mañana, además de fría, fuera obscura. Incluso algo tenebrosa.

Los pocos esfuerzos de usar energías limpias en transportes y servicios habían sido evidentemente insuficientes y debido a la precaria economía reinante no era probable que se diera una mejora sustancial en el futuro cercano.

El triste ambiente afectaba aún más el ánimo matutino de gente ya bastante estresada al vivir en una de las ciudades más peligrosas y conflictivas del mundo, azotada además por el ya impredecible y cruel clima. Un estado de ánimo que lamentablemente era compartido en muchas otras ciudades del mundo debido al repetido impacto de crisis económicas, pandemias y, de manera más reciente, de lo que incluso expertos ambientales habían clasificado como «fenómenos naturales inexplicables».

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