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Por un momento deseó hablar con su madre, que siempre había estado muy unida a sus nietos, especialmente a Edmundo. Picolín, como solía decirle cariñosamente. Pero finalmente desistió de hacerlo. Suspiró suavemente al pensar que con que ella se preocupase era más que suficiente. De cualquier manera, mamá Lupe no podía enterarse de lo que iba a pasar.

En ese momento, su hijo empezó a recorrer una calle que siempre le había parecido demasiado larga, sobre todo si era tarde, como en ese momento. Al oír el silbato de una fábrica cercana, se dio cuenta de que era más tarde de lo que pensaba. Simultáneamente, descubrió que un muy anticuado autobús del servicio urbano tomaba posición de salida en la terminal situada al final de la calle.

—Metamos el turbo, patas mías —susurró acelerando el paso.

Cambió su paquete de libros y carpeta de brazo (se sentía ridículo usando portafolios), y esquivando personas, puestos ambulantes y charcos con diversos grados de éxito, llegó a un cruce peatonal que marcaba alto en el semáforo en ese instante.

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