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De pie al final de la calle, calculó que si atravesaba la amplia avenida a su izquierda a toda velocidad, podría interceptar al autobús en la esquina opuesta, ya que el humeante vehículo debía de dar una vuelta en U para tomar su ruta.

—No te me vas a escapar, cabrón —susurró al lanzarse a la avenida.

Logró pasar la primera mitad sin novedad. Pero no tuvo la misma suerte en la segunda. Al llevar la vista fija en el autobús que se acercaba cada vez más deprisa, no se percató del automóvil que se le venía encima. El vehículo, un sedán verde de modelo no muy reciente, no iba a una velocidad excesiva, pero llevaba la suficiente para no darle tiempo al conductor de frenar totalmente al ver frente de sí al muchacho.

Edmundo intentó apartarse, pero eligió ese inoportuno momento para tropezar y caer.

El mundo pareció detenerse en un borrón de luz dorada en el momento en que el auto lo golpeó y lo lanzó a un par de metros de distancia entre el revuelo de libros y carpetas, convirtiéndose luego todo en oscuridad cuando perdió el conocimiento.

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