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El citado «avistamiento» había sido la bienvenida justificación para hacer un recorte de personal que incluyó a quienes literalmente «no habían visto nada».

—Lo sé. No pienso reportarlo. Solo quiero que lo veas, por favor.

—Yo no veo nada —repuso su amigo inclinándose sobre la pantalla del radar con un suspiro de resignada molestia—. Y no quiero arriesgar un trabajo ya de por sí en la cuerda floja.

—¡Pero ahí estaba!

—Deja de ver cosas extrañas o acabarás pidiendo limosna en las calles.

—Pero estoy seguro de que vi algo —insistió el controlador.

—Ponte a trabajar, es una orden. —En su carácter de jefe, su amigo cerró el asunto.

Seattle, Estados Unidos de América, 5 de diciembre de 2035

Mitchell se encontraba trotando en un parque cercano a su casa.

Era uno de sus favoritos, ya que las numerosas pendientes le permitían ponerse a prueba. Lo conocía tan bien que casi corría en automático, lo que le permitía ir concentrado en sus pensamientos. Salvo cuando alguna chica atractiva pasaba a su lado. Entonces, giraba su rubia cabeza y buscaba encontrar la mirada de la elegida con sus claros ojos azules, con distinto nivel de resultados.

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