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—Buenos días, profesor Brown. ¿Cuál es la prisa? ¿O así se estaciona ahora? —repuso Mitchell recargándose en el marco de la ventanilla del moderno auto—. Le juro que soy inocente. Esa morena empezó todo —aseguró encogiéndose de hombros—. Y modestia aparte, muchas mamás me quieren —añadió con una socarrona sonrisa.

El profesor, divertido, meneó la cabeza, pero no comentó nada más sobre el tema.

—Pasando a algo más serio —continuó hablando Mitchell sin dejar de sonreír—, ¿cómo le fue en su congreso de Filadelfia?

El profesor puso un semblante más serio al responder.

—Estuvo excelente, Mitchell, y me interesaría mucho comentar algunos puntos contigo —añadió mirándolo fijamente.

El muchacho se extrañó un poco ante el tono del hombre, pero no le dio mucha importancia.

—Perfecto, ya sabe que soy materia dispuesta. Nunca descuido la mente —repuso Mitchell con simpática seriedad—. ¿Cuándo nos vemos? Mañana tengo un juego de práctica —indicó—. Podría ser después. De cualquier manera, ya pasó el 2030 y no se acabó el mundo, ¿o sí?

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