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El profesor meditó un poco sobre el último comentario, pero mantuvo la misma actitud. Con una nueva sonrisa amistosa, repuso:

—Debe de ser ahora, Mitchell.

—¿Cuál es la prisa, profesor? —preguntó aún más intrigado el muchacho—. Tengo un examen extraordinario de Francés. Aunque, créame, no me entusiasma la idea de presentarlo —dijo torciendo el gesto, pensando que tampoco los franceses le caían muy bien. Pero esa rubia que lo había invitado…—. Además, la loción que traigo ahora no creo que sea de su agrado —rio alzando una ceja.

—He olido cosas peores, te lo puedo asegurar —repuso el profesor riendo—. Y no te preocupes por el examen —aseguró—. Puedo ayudarte a justificar la falta. Además, la profesora Ducret es amiga mía. Podrás presentarlo posteriormente.

«Aunque sea muy posteriormente», añadió mentalmente para sí mismo el profesor.

Mitchell no lo pensó mucho. El profesor Brown era buen amigo de la familia. Había cenado frecuentemente en su casa, su madre lo conocía desde hacía años y lo consideraba una persona de toda confianza. Por otro lado, si el tipo decía que era urgente, es porque era urgente. Y si podía hacer esperar el examen, ¿cuál era el problema? Dando la vuelta al trote y subiendo al coche con un ágil movimiento, exclamó:

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