Читать книгу Estudios sobre la psicosis. Nueva edición reescrita y ampliada онлайн

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De muchas y muy hermosas maneras reflejaron los filósofos morales de las escuelas helenísticas su orientación práctica, como lo hiciera el neoplatónico Simplicio en su comentario al Manual de Epicteto: «¿Qué lugar tendrá el filósofo en la ciudad? Será el de un escultor de hombres»19; o, de forma más enfática, en las palabras que Séneca escribió a su amigo Lucilio: «La filosofía no es una actividad agradable al público, ni se presta a la ostentación. No se funda en las palabras, sino en las obras. Ni se emplea para que transcurra el día con algún entretenimiento, para eliminar del ocio el fastidio: configura y modela el espíritu, ordena la vida, rige las acciones, muestra lo que se debe hacer y lo que se debe omitir, se sienta en el timón y a través de los peligros dirige el rumbo de los que vacilan»20. La finalidad de la filosofía práctica y de los remedios que proporciona apuntan hacia la búsqueda activa de la eudaimonía, esto es, de la felicidad o florecimiento humano21.

Como enseguida se indicará, básicamente las diferencias entre estas escuelas radican en la forma particular de conectar la ética con las otras partes de la filosofía, es decir, con la lógica y la física. Tales discrepancias se ponen de relieve en propuestas terapéuticas concretas destinadas a ocuparse del deseo, los placeres, los gozos y las emociones. Grosso modo el mundo antiguo se caracteriza por la promoción de estrategias tendentes a frenar el empuje de las pasiones, principio que Estobeo expresa con suma precisión en las siguientes palabras: «Interrogado para saber cómo se podría llegar a ser rico, Cleantes respondió: “si se es pobre de deseos”»22. Téngase presente que para los antiguos se trataba de disminuir el umbral de las pretensiones más que de elevar las expectativas y exigencias. Si bien todas las escuelas proponen la reducción de las pasiones, discrepan entre ellas en cuanto a si conviene suavizarlas o arrancarlas de raíz. Partidarios de la moderación eran, desde luego, los peripatéticos. En cambio, tanto los epicúreos como los estoicos se mostraban más proclives a su exterminación; la ataraxia a la que aspira el sabio epicúreo se asemeja mucho a la apatheía (imperturbabilidad del ánimo) de los estoicos. En lo tocante a las pasiones, con estos últimos coincidió Cicerón, tan circunspecto y templado en otras opiniones: «¿Puede acaso la pasión admitir límite? Es preciso destruirla y extirparla de raíz. Pues ¿quién tendría una pasión que se pueda decir que la tiene con justa medida?»23. Aunque suene retórica, la pregunta ciceroniana atañe directamente al tipo de terapéutica a elegir, enérgica o dulce, un asunto que reaparecerá con el alienismo y determinará los estilos del tratamiento moral.

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