Читать книгу Dios te salve, Reina y Madre. La Madre de Dios en la Palabra de Dios онлайн

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Por lo que pude oír de la conversación, deduje que me iría a casa. Sentí un alivio inmediato y me quedé dormido.

Me desperté con un sonido cortante como una cuchilla. Era la voz de mi madre que rezumaba materna compasión.

«¡Ah!», dijo cuando me vio tumbado allí.

De repente, caí en la cuenta. Mi madre me va a llevar a casa. ¿Qué pasará si mis amigos la ven sacándome de la escuela?, ¿y si intenta echarme el brazo por encima? Seré el hazmerreír...

La humillación estaba a las puertas. Ya podía oír a los compañeros que se burlaban de mí. ¿Viste a su madre secándole la frente?

Si hubiese sido católico, habría descrito los siguientes quince minutos como un purgatorio. Para mi imaginación evangélica, se trataba del mismísimo infierno. Aunque miraba fijamente al techo que tenía sobre la camilla de la enfermería, todo lo que podía ver era un largo e insoportable futuro como «el niño de mamá».

Me senté para estar cara a cara ante una mujer que se me acercaba con una pena mayúscula. En realidad era su pena lo que me resultaba más repugnante. En toda compasión materna está implícito lo que necesita su «pequeño» chico; y tal pequeñez y necesidad no quedan nada «guay».

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