Читать книгу Instantáneas en la marcha. Repertorio cultural de las movilizaciones en Chile онлайн

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La violencia es recurrente en cada enfrentamiento entre barras, o entre estas y la fuerza policial —considerada como “la barra brava del Estado” cada vez que actúa ilegítimamente y que asimismo pone a prueba su propio aguante—; tiene un carácter cíclico, y no puede tener fin porque la violencia de ambos bandos es finalmente sinérgica. Al fin y al cabo, la violencia directa de los barristas es solo parte de un ecosistema de violencia estructural a la que contribuyen también el exceso verbal de dirigentes, entrenadores y jugadores; su amplificación y espectacularización a través de los medios de comunicación y, finalmente, la propia violencia policial ilegítima (Aragón).

Por más que entre las personas no violentas pudiera haber algún tipo de condescendencia hacia la violencia contestataria por entenderla como efecto y no causa de violencias anteriores y más graves, lo cierto es que la aceptación activa o pasiva del lenguaje de la guerra es una gran derrota de la política, por cuanto implica la negación de la humanidad del otro. En el extremo, la exaltación de la violencia como elemento constructor de la identidad de las tribus so pretexto de romantizar a los combatientes constituidos ahora por fin en alguien significativo para algún otro, no puede ocultar por mucho tiempo que los entrega a la condición de carne de cañón, suprema manifestación del fracaso de la política, cuya misión es sustituir la violencia sobre los cuerpos por la capacidad de disentir solo dentro del universo de las palabras (Michelson). Pero, a no engañarse, esta violencia tampoco podrá detenerse con la beatería de quienes claman porque sea condenada “(con)venga de donde (con)venga”, como ya lo han desenmascarado irónicamente las redes sociales, ni tampoco con una apología escolástica del orden o de las normas, dispensada dominicalmente en columnas de opinión en el decano de la prensa nacional.

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