Читать книгу Instantáneas en la marcha. Repertorio cultural de las movilizaciones en Chile онлайн

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Algunos de los momentos más reveladores de la multiplicidad de voces que concurren a este movimiento se dan cuando los muros son escenarios de discusiones en las que un rayado enmienda a otro: donde alguien escribió “Piñera hijo de perra”, otro tacha y corrige “hijo de la yuta”. Donde alguien puso “Carne es muerte”, otro superpone la palabra “amor” encima de esta última. En la calle Marín, alguien agrega el nombre “Gladys”, sobre un grafiti que dice “me voy a lanzar”, se añade “una molo”. Otras veces las voces simplemente van sumándose en un coro que no calza en una única línea editorial y, por lo mismo, no puede reducirse a una sola tendencia, ideología o identidad colectiva: una de las lecciones más claras que nos deja una revisión de los rayados es la diversidad de demandas, de voces y deseos que convergen en un movimiento múltiple.

II

Ahora que hace ya varios meses que la Plaza de la Dignidad está casi vacía y gran parte de la población se encuentra confinada en sus domicilios por la emergencia sanitaria, esa densa maraña de líneas, mensajes y voces parece lejana, irreal, como de otra era, a pesar de que ha pasado relativamente poco tiempo y de que en realidad la pandemia ha agudizado muchos de los conflictos sociales que el estallido social dejó en evidencia, al mismo tiempo que nos obliga a pensarlos en un contexto más amplio, a nivel planetario y no ya solamente nacional. La llegada del Covid-19, por otra parte, dejó trunco el desenlace del movimiento al provocar la suspensión temporal del plebiscito que era una de sus ganancias y al imposibilitar todo tipo de protesta masiva, pero las demandas ciudadanas siguen en el aire. El confinamiento de gran parte de la población y la consiguiente interrupción forzada de las manifestaciones le han dado un respiro al Gobierno, pero también se han aprovechado para limpiar los muros de edificios públicos y privados, intentando obliterar toda traza del conflicto, como si con esa operación mágicamente fuera a desaparecer la fuente del problema. Este empeño por limpiar, borrar, barrer, y reponer a toda costa el orden habitual es sumamente sintomático de una clase política que no acaba de entender de dónde sale este conflicto y no quiere o no puede hacerse cargo realmente de los desafíos que él le plantea. Pareciera por momentos que, al borrar lo escrito, los agentes de limpieza privados, municipales o estatales actuaran de modo políticamente neutro, meramente cumpliendo su tarea de cuidar el orden, pero en realidad en esta guerra de rayados el borrado, muchas veces una capa de pintura tosca de otro color que el original, funciona como otra voz que se suma al coro discordante de voces que salieron a la calle en octubre pasado. Una voz que intenta imponerse a las demás voces, una voz que grita sin decir nada, solo para hacer callar a las demás. No concuerdo con quienes consideran que todos los rayados deban ser resguardados como patrimonio histórico, ya que es justamente un género de manifestación marcado por su carácter de inscripción efímera y antimonumental, pero hay algo de ridículo en el esfuerzo destinado a una limpieza que probablemente sea transitoria. Caminando por la calle, en marzo, me encontré, sobre una pared marcada por blanqueados sucesivos, la frase “No pueden borrar las ideas” que recuerda al epígrafe escogido por Sarmiento para su Facundo3. Esta frase es un buen resumen de la situación actual, que ha acallado de momento las protestas pero sin eliminarlas ni hacerse cargo cabalmente de sus causas más profundas. Hay que preguntarse, entonces, cuáles son esas ideas que no se borran, regresar a la lectura de los rayados y preguntarse qué nos dejó su paso por los muros. Intento a continuación recoger algunos de esos hilos, de esas líneas.

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