Читать книгу Mueve tu ADN. Recuperar la salud con el movimiento natural онлайн

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Poco después de la pubertad, probablemente con unos catorce años, ya eras un miembro plenamente operativo de la tribu y participabas a diario de las mismas actividades que tus padres, caminando distancias medias (unos cinco kilómetros) o largas (unos dieciséis kilómetros) casi todos los días de tu vida. Además, trabajabas duramente cosechando y acarreando víveres suficientes como para asegurar la supervivencia. Las frecuentes cargas producidas al caminar hicieron que tu masa ósea alcanzase su máximo durante el periodo más crucial de tus primeros años tras la adolescencia.

Como adulto, no realizabas ningún ejercicio de forma regular. O, mejor dicho, no hacías ningún ejercicio en absoluto. En lugar de eso utilizabas tu cuerpo para ocuparte de las cosas de la vida. La suma total de tus movimientos, las diferentes posturas de tus articulaciones y la tasa de gasto energético que requerías para sobrevivir durante un día superaban fácilmente a las de un entrenamiento deportivo estándar actual. Y, además de moverte más, también te relajabas y descansabas con mayor frecuencia. No tenías el estrés que supone tener que conducir, el ruido constante, la información incesante y la luz excesiva.


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