Читать книгу La amistad argumentada. Teoría y práctica aristotélica онлайн

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La historia es testigo de la importancia de la amistad en los grandes personajes (Sáenz, 1952). Así, a efectos de constatación de lo que dice Aristóteles, aunque en muy diversos contextos, tiempos y latitudes, mencionemos al menos unos casos impostergables para que el lector sopese la gravedad del asunto. Ciertamente hay casos que aparecen en la literatura homérica, pero en la historia los paradigmas vivientes son mayormente persuasivos. Un primer modelo es la gran amistad habida entre Platón y Aristóteles, dos gigantes de la filosofía que, tras la muerte del primero, su nombre llegó a consagración por mano del segundo.

Otro ejemplo de la Antigüedad es el de Erasto y Corisco (que siempre son mencionados el uno junto al otro, a tal grado que resultan inseparables sus nombres); en la alta Edad Media aparece Aurelio Agustín y su alma gemela, su otro yo (que amó hasta las lágrimas y que su pérdida representó una muy honda depresión en su alma), recordándonos que Aristóteles decía que la relación de amistad es “un alma que habita en dos cuerpos” (D.L. V, 10). En el Renacimiento aparece Michel de Montaigne y Esteban de La Boétie (dos intelectuales que se encontraron tarde en la vida, pero una vez encontrados nunca se separaron). En el siglo xvi tenemos a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Ávila (almas gemelas en la causa de la reforma espiritual del Carmelo); y en la época virreinal de la Nueva España tenemos el caso de Sor Juana Inés de la Cruz y Don Carlos de Sigüenza y Góngora (inseparablemente unidos por amor y sed hidrópica ante el conocimiento).

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