Читать книгу Vivir abajo онлайн
37 страница из 55
… Sin embargo, en su plan, y en todo lo que ocurrirá entre entonces y setiembre, este momento es decisivo por otra razón: si George siente lástima de Rainer, si lo ve viejo y acabado e incapaz de valerse por sí mismo, esto es, si el anciano le da pena, George podría perdonarle a Ariadna el horror, podría arrepentirse, no hacer nada. Rainer dice: ¿y por qué le gustaba ese cuadro a tu padre? Nunca me lo dijo, responde George, ¿agitado? Rainer se da cuenta de que, aunque George es quien lo ha traído a colación, el tema del padre lo incomoda. Rainer es un hombre sensible (un buen hombre) y corta esa rama de la conversación. Toman algo −¿una cerveza que Rainer pide y Ariadna trae del refrigerador?− y después Rainer le muestra a George las otras reproducciones. Todas son sobre lo mismo: la piedra de la locura. Cuadros de van Hemessen, Havickszoon Steen, Pieter Brueghel el Viejo, Koffermans, etc. Después observan el de Hieronymus Bosch y Rainer habla largamente, con un poco de presunción, una actitud que molesta a George: le parece la típica arrogancia de los intelectuales (todo está dicho). De inmediato da la impresión de que al mismo Rainer su discurso le ha parecido, también, un poco pedante. Cambia de tono. Dice que, en aquel tiempo, en Holanda, la gente creía que la locura la causaba una piedra que crecía en el cerebro, como un cálculo renal, solo que en vez de formarse en los riñones, se formaba en la cabeza. Que para acabar con la locura había que sacar la piedra, como se elimina un cálculo renal, lo malo era que, como uno no puede orinar por el cerebro, la piedra de la locura había que sacarla trepanando el cráneo. Que en los libros de historia de la medicina dicen que esa operación se hacía de verdad, la gente lo creía. ¿Te imaginas qué fácil?, pregunta Rainer. Sacas la piedra: se acaba la locura. George piensa: Qué fácil. Sacas la piedra: dejas de ver demonios caminando al lado tuyo por la calle, dejas de escuchar los gritos, las voces, los aullidos, dejas de ver tijeras en los sótanos, los rostros de los muertos, el hocico del oso que te despierta gruñendo en tu cara todas las mañanas, el agujero que se abre a tu lado cuando miras por sobre el hombro, la cara de tu padre: ya estás sano.