Читать книгу Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias онлайн

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Entretanto otra escuadra de estudiantes –muchos con sambenitos, corozas de papel y aspas de penitentes– se daba cita en el portal de los Judíos para marchar sobre el Santo Oficio «con determinación de matar y degollar» a quienes secundaran el veto inquisitorial. El rector Juan Bautista Pellicer personalmente hubo de terciar para calmarlos, autorizando la colocación en el patio de la Universidad de una imagen del venerable sacerdote ante la cual rendirían homenaje los jóvenes durante el resto del día.61 Algunos, desde el exterior, prosiguieron hasta la madrugada con toda suerte de chanzas en desacato de inquisidores, obispos e incluso el papa. El popular Albert, en lo alto de un improvisado tablado, clamaría a los cuatro vientos entre las risas de sus compañeros:

«Yo soy papa, y assí, a los que ayer lo hicieron mejor en el motín los quiero premiar. A fulano –nombrándole– le concedo cien años de perdón. Y a fulano, que lo hizo aventajadamente, le hago cardenal. Y a fulano, etcétera»62

De todo ello supo fray Isidoro Aliaga desde su retiro en las afueras de la capital, que se negó a abandonar pese a los ruegos de autoridades civiles y eclesiásticas para que regresara. Entre las razones esgrimidas por el arzobispo se hallaría el desacato del Estudi General, en relación a la causa de Francisco Jerónimo desde luego, pero también con respecto al juramento inmaculista pretendido por la institución y del que el prelado –como buen fraile dominico– nada quería saber.63

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