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ALCIBÍADES. —Eso es cierto.

SÓCRATES. —Volviendo, pues, a nuestro principio, todo hombre que tiene cuidado de su cuerpo, tiene cuidado de lo que le pertenece, pero no de sí mismo.

ALCIBÍADES. —Estoy de acuerdo.

SÓCRATES. —Todo hombre que ama las riquezas no se ama a sí mismo, ni lo que está en él; sino que ama una cosa aún más lejana de él y de lo que está en él.

ALCIBÍADES. —Así me lo parece.

SÓCRATES. —El que solo se ocupa en amontonar riquezas, ¿maneja mal sus negocios?

ALCIBÍADES. —Es muy cierto.

SÓCRATES. —Si alguno se ha enamorado del cuerpo de Alcibíades, no es Alcibíades el objeto de su cariño, sino una de las cosas que pertenecen a Alcibíades.

ALCIBÍADES. —Estoy convencido de ello.

SÓCRATES. —El que ha de amar a Alcibíades ha de amar su alma.

ALCIBÍADES. —Consecuencia necesaria.

SÓCRATES. —He aquí por qué el que solo ama tu cuerpo se retira desde que esta flor de belleza comienza a marchitarse.

ALCIBÍADES. —Es cierto.

SÓCRATES. —Pero el que ama tu alma, no se retira jamás, en tanto que puede ella aspirar a mayor perfección.

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