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SÓCRATES. —Sin embargo, si fuese gobernada sabiamente, ¿sería bien administrada?

CÁRMIDES. —Necesariamente.

SÓCRATES. —¿Luego la sabiduría no consiste en hacer todas estas cosas, ni en hacer lo que nos es propio?

CÁRMIDES. —No, evidentemente.

SÓCRATES. —Luego hablaba enigmáticamente, como yo dije antes, el que decía que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio; porque no podía ser tan sencillo que lo entendiera como nosotros. ¿O quizá estas palabras son de un insensato?

CÁRMIDES. —Nada de eso; son de un hombre que me parecía de hecho un sabio.

SÓCRATES. —Nada más cierto entonces que ha querido proponerte un enigma, porque es muy difícil en verdad saber lo que significan estas palabras: hacer lo que nos es propio.

CÁRMIDES. —Quizá.

SÓCRATES. —Veamos, ¿qué es hacer lo que nos es propio? ¿Puedes decírmelo?

CÁRMIDES. —Yo no sé nada, ¡por Zeus! Pero no sería imposible que el que ha hablado de esta manera se comprendiese a sí mismo.

Al decir esto, se sonreía y dirigía sus miradas hacia Critias, que estaba visiblemente en brasas hacía rato. Deseoso de aparecer ventajosamente delante de Cármides y de todos los que allí estaban, se había contenido hasta entonces, haciendo un sacrificio; pero en este momento no era ya dueño de sí mismo. Entonces vi en claro que no me había engañado, conjeturando que Critias era el autor de la última respuesta de Cármides con motivo de la sabiduría. En cuanto a éste, poco empeñado en defender esta definición, y queriendo dejarlo a cargo del que la había inventado, aguijoneaba a Critias, afectando mirarle como un hombre reducido al silencio. Éste, no pudiendo sufrir más, y no menos colérico contra el joven que un poeta contra el actor que desempeña mal su papel, dirigiéndole una mirada, exclamó:

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