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LAQUES: —Así lo cree en efecto.
SÓCRATES. —Tratemos por lo pronto, Laques, de definir con exactitud lo que es el valor; después examinaremos los medios de comunicarle a estos jóvenes, en cuanto sea posible, ya sea por el hábito, ya por el estudio. Di, pues, qué es el valor.
LAQUES: —En verdad, Sócrates, me preguntas una cosa que no ofrece dificultad. El hombre que guarda su puesto en una batalla, que no huye, que rechaza al enemigo; he aquí un hombre valiente.
SÓCRATES. —Muy bien, Laques, pero quizá por haberme explicado mal, has respondido a una cosa distinta de la que yo te pregunté.
LAQUES: —¿Cómo, Sócrates?
SÓCRATES. —Voy a decírtelo, si puedo. Un hombre valiente es, en tu opinión, el que guarda bien su puesto en el ejército y combate al enemigo.
LAQUES: —Es lo mismo que yo digo.
SÓCRATES. —También lo digo yo, pero ¿el que combate al enemigo huyendo, y no guardando su puesto…?
LAQUES: —¿Cómo huyendo?
SÓCRATES. —Sí, huyendo como los escitas, por ejemplo, que no combaten menos huyendo que atacando; y como Homero lo dice, en cierto pasaje, de los caballos de Eneas, que se dirigían a uno y otro lado, hábiles en huir y atacar.[4]