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LAQUES: —No lo permita dios, Sócrates.
SÓCRATES. —¿Luego a esta especie de constancia no le das el nombre de valor, puesto que no es bella, y que el valor es algo bello?
LAQUES: —Dices verdad.
SÓCRATES. —La paciencia o constancia, unida a la razón, ¿es en tu opinión el verdadero valor?
LAQUES: —Así lo creo.
SÓCRATES. —Veamos. ¿Es la que va unida a la razón en ciertos casos, o la que está unida en todos, en las cosas pequeñas como en las grandes? Por ejemplo, un hombre gasta constante y prudentemente sus bienes, con una entera certeza de que sus gastos le producirán un día grandes riquezas; ¿llamarás a este hombre valiente?
LAQUES: —No, ¡por Zeus!, Sócrates.
SÓCRATES. —Pero un médico, por ejemplo, tiene a su hijo único o a cualquier otra persona enferma de una inflamación del pulmón; este hijo le persigue y le pide de comer y beber; el médico, lejos de dejarse llevar, sufre con paciencia sus lamentos: ¿le daremos el nombre de valiente?
LAQUES: —Tampoco es ese valor, a mi parecer.
SÓCRATES. —En la guerra, he aquí un hombre que está en esta disposición de alma de que hablamos; quiere mantenerse firme, y sosteniendo su valor con su prudencia, le hace ver esta que será bien pronto socorrido; que sus enemigos son mucho más débiles, y que él tiene la ventaja del terreno; este bravo, que es tan prudente, ¿te parece más valiente que su enemigo que le espera a pie firme?