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LAQUES: —Tienes razón, Sócrates; está bien definida.
SÓCRATES. —Pues defíneme lo mismo el valor; dime cuál es esta facultad, que es siempre la misma en el placer, en la tristeza y en todas las demás cosas de que hemos hablado, y que no muda jamás, ni de naturaleza, ni de nombre.
LAQUES: —Me parece que es una disposición del alma a manifestar constancia en todo, puesto que es preciso dar una definición que comprenda todas las diferentes especies de valor.
SÓCRATES. —Así es preciso hacerlo para responder exactamente a la cuestión; pero me parece que no tienes por valor toda constancia del alma, y lo infiero de que pones el valor en el número de las cosas bellas.
LAQUES: —Sí, sin duda, y de las más bellas.
SÓCRATES. —Sí, esta constancia, cuando va unida a la razón, es buena y bella.
LAQUES: —Ciertamente.
SÓCRATES. —Y cuando se tropieza con la insensatez, ¿no es todo lo contrario?, ¿no es mala y perniciosa?
LAQUES: —Sin contradicción.
SÓCRATES. —¿Llamas bello a lo que es malo y pernicioso?