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LAQUES: —No, sin duda; este último es el valiente, Sócrates.

SÓCRATES. —Sin embargo, el valor de este último es menos prudente que el del primero.

LAQUES: —Eso es cierto.

SÓCRATES. —Se sigue de aquí, que un soldado de caballería, que en un combate pruebe valor, fiado en la destreza con que maneja el caballo, será menos valiente que el que esté privado de esta ventaja.

LAQUES: —Sí, ciertamente.

SÓCRATES. —¿Dirás lo mismo de un arquero, de un hondero y de todos los demás, cuya firmeza esté sostenida por su habilidad?

LAQUES. —Sin dificultad.

SÓCRATES. —Y los que, sin haber aprendido nunca el oficio de buzos, tuviesen el valor de sumergirse en el agua ¿te parecerían más valientes que los buzos de oficio?

LAQUES. —¿Quién podría sostener lo contrario, Sócrates?

SÓCRATES. —Nadie ciertamente, conforme a tus principios.

LAQUES. —Sí, ésos son mis principios en efecto.

SÓCRATES. —De manera, Laques, que estas gentes, que no tienen ninguna experiencia, ¿se arrojan al peligro mucho más imprudentemente que los que se exponen con alguna razón?

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