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HIPIAS. —No puede ser otra cosa, Sócrates.

SÓCRATES. —En seguida me dirá: «¿Una marmita bella es una bella cosa?», respóndeme.

HIPIAS. —Yo creo que sí; un vaso bien trabajado es bello a la verdad, pero si le comparas con una yegua, con una joven hermosa o con otras cosas bellas, no merece ser llamado bello.

SÓCRATES. —Bien comprendo ahora, Hipias, lo que es preciso objetar a nuestro hombre. Yo le diré: «¿Ignoras, amigo mío, la palabra de Heráclito, de que el más bello de los monos es feo cuando se le compara con la especie humana? Yo te respondo en igual forma, siguiendo el dictamen del sabio Hipias, que la más bella marmita es fea comparada con una joven hermosa». ¿No es esto lo que yo debía responderle, Hipias?

HIPIAS. —Muy bien, Sócrates.

SÓCRATES. —Aún un poco de paciencia, te lo suplico, porque añadirá él: «Pero qué, si se comparan las jóvenes con las diosas, ¿no se dirá de ellas lo que se decía de la marmita comparada con una mujer hermosa? ¿La más bella de todas las jóvenes no sería fea respecto a una diosa? Este mismo Heráclito, que acabas de citar, ¿no dice también que el más sabio, el más bello, el más perfecto de los hombres, no es más que un mono cotejado con dios?» ¿Es por consiguiente indispensable, Hipias, convenir en que la más hermosa doncella es fea con respecto a una diosa?

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