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—Yo no lo creo.
—Habría por lo tanto amistades posibles, suponiendo todos los males destruidos.
—Sí.
—Si el mal diese origen a la amistad, una vez destruido el mal, la amistad no podría existir, porque cuando la causa cesa es imposible que el efecto subsista.
—Es exacto.
—¿No estamos acordes en que el que ama debe amar a causa de alguna cosa, y no hemos dado por sentado que lo que en sí no es, ni bueno, ni malo, debe amar lo bueno a causa del mal?
—Sí.
—Con lo expuesto creo haber encontrado otra razón de amar y de ser amado.
—Me parece bien.
—Pero en verdad, ¿el deseo será la causa de la amistad? El que desea, ¿ama el objeto de sus deseos por todo el tiempo que lo desea? En este caso, todo lo que hemos dicho sobre la amistad no es más que un discurso de fantasía, como si fuera un largo poema.
—Podría suceder que así fuera.
—En efecto, el que desea, dime, ¿no desea aquello de que tiene necesidad?
—Sin duda.
—El que tiene necesidad, ¿ama aquello de que tiene necesidad?
—Sí.
—Y el que tiene necesidad ¿no es porque le falta aquello que necesita?