Читать книгу Ser padre con san José. Breve guía del aventurero de los tiempos posmodernos онлайн

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Un día leí a Blaise Pascal y me dio la razón. Somos «reyes desposeídos». El pecado original genera en nosotros una sensación de caída, de descoronación, de abdicación. Esa es la condición del hombre. Ese es el linaje de José. José es hijo de David. Desciende de los reyes de Judá y, por lo tanto, tiene derecho al trono. Lo que no impide que deba ganarse el pan como carpintero. Es más, el rey de entonces le obliga a exiliarse lejos de su país.

UN PASADO REGIO Y VERGONZOSO

1. La monarquía no es del todo regia. Los reyes de Francia intentaron no olvidarlo tomando por emblema la flor de lis, y no el águila o el león, y ni siquiera el gallo. Un recordatorio de las palabras de Jesús que sitúan a la corona por debajo de las margaritas: Fijaos en los lirios del campo, cómo crecen… Ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos (Mt 6, 28-29). Y un símbolo trinitario también —los tres pétalos de una única corola— que invita a rechazar la tentación monolítica y absolutista.

En la gesta bíblica no hay nada más ambiguo que la monarquía. Por un lado, remite al Mesías y deja vislumbrar su figura; por otro, es el gran error de Israel: Nómbranos un rey que nos gobierne como hacen las demás naciones (1S 8, 5). Samuel se lo toma muy mal. Dios se muestra más indulgente y se pliega al capricho del pueblo, no sin recalcar su infidelidad: No es a ti a quien rechazan, sino a mí; no quieren que sea su rey (1S 8, 7). Lo que quieren es ser como las demás naciones para poder competir con ellas en prestigio y poder militar.

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