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El taxista respondió «dólares, euros» a lo que el anciano respondió «rublos». La cara del taxista demostró su decepción. Las divisas fuertes eran muy bienvenidas, todavía, en la Rusia postsoviética. Si el cambio oficial era de 90 rublos por euro, en el mercado negro se pagaba mucho más caro.

Se encaminaron, bajo el gélido aire, hasta donde el taxista pirata tenía estacionado su vehículo; el taxista ni se preocupó de auxiliar al anciano que arrastraba sus pies por el resbaladizo suelo. Al llegar, el anciano se derrumbó exhausto sobre el asiento trasero colocando su pequeño equipaje junto a él. Al destartalado taxi le costaba arrancar, lo que hizo después de varios intentos y exclamaciones, el anciano supuso que obscenas, del taxista.

Los 20 km de distancia entre el aeropuerto y el sanatorio discurrían por una carretera angosta, estrecha y sin arcenes, con pendientes de más del 5 %. El taxi renqueaba más de la cuenta y el anciano pensaba que en cualquier momento los dejaría tirados en la carretera. Sin saber cómo, llegaron.

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