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Pongo en duda estas condiciones. Ya he expresado mi opinión de que las «propiedades estéticas» no pueden abstraerse antropológicamente de los procesos sociales que rodean el despliegue de posibles «objetos de arte» en entornos sociales específicos. Por ejemplo, dudo que un guerrero en un campo de batalla tenga un interés «estético» en el diseño del escudo que porta el enemigo. Sin embargo, el escudo ostenta ese dibujo para que el guerrero lo vea y se asuste. Tal objeto, si se parece al que se muestra en la página siguiente (fig. 1.2/1), es irrefutablemente una obra de arte que puede resultar interesante para un antropólogo, pero sus propiedades estéticas a nuestros ojos son totalmente irrelevantes con respecto de sus implicaciones antropológicas. Según la antropología, no se trata de un escudo «hermoso», sino de uno aterrador. La inmensa variedad de respuestas sociales y emocionales hacia un artefacto –terror, deseo, maravilla, fascinación, etc.– en los patrones sucesivos de la vida social no se reduce a los sentimientos estéticos, no sin generalizar tanto la respuesta estética, que se acaba arrebatándole todo sentido. El efecto que surte la teoría de la estetización de la respuesta es, sencillamente, igualar las reacciones del Otro etnográfico a las nuestras en la medida de lo posible. De hecho, las respuestas a los artefactos no son nunca tales, que sea posible señalar, entre el espectro de artefactos disponibles, aquellos que se consideran «estéticamente» y aquellos que no.