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Las respuestas a esa pregunta se dividen en tres categorías. Aquellas que sostienen que una vez que pase la pandemia, el mundo volverá a la situación ex ante; las que afirman que enfrentaremos un entorno muy distinto, en muchos aspectos irreconocible; y las que señalan que la pandemia ha acelerado tendencias provenientes de antes, y anticipar rumbos prefijados.

Y, lo que hemos visto en las últimas tres décadas ha sido un desplazamiento masivo de la riqueza en el mundo. Ello ha llevado a un reordenamiento radical de las jerarquías en el Sur Global y del orden internacional: un giro del eje geoeconómico del Atlántico Norte al Asia-Pacífico (De la Torre 2015). El surgimiento de China como gran potencia es la principal expresión de este fenómeno, pero no la única. Por algo la primera década del nuevo siglo fue calificada como la década de los BRICS. Este traslado de riqueza del Norte al Sur, sin embargo, ha ido de la mano con otro cambio, más intangible, pero no menos real. La creciente conciencia que lo que por mucho tiempo pareció la superior capacidad de gestión gubernamental y económica de los países del capitalismo anglosajón, ya no es tal. La debacle que fue la crisis financiera de 2008-2009 es el mejor ejemplo. Gatillada en Wall Street por un mal manejo de instrumentos de créditos hipotecarios, que terminaron causando la mayor recesión de la economía mundial desde la Gran Depresión, subrayó que el manejo de las finanzas y la banca en los Estados Unidos dejaba mucho que desear. Lejos de estar en condiciones de dictar cátedra al resto del mundo en la materia, como había hecho por muchos años, Washington demostraba ser incapaz de mantener su propia casa en orden. China, en cambio, superó rápidamente el impacto de esa crisis, recuperando altas tasas de crecimiento, mientras los Estados Unidos batallaba con la recuperación económica más lenta de su historia (Tooze 2018).

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