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2. La música no tiene género

Más correctamente, diríamos que el material musical no tiene género. Por suerte, no hemos llegado al estereotipo de los colores y no se nos ocurre decir que las blancas o los sonidos agudos son de chicas y las semicorcheas o notas graves de chicos. Tampoco existen formas ni técnicas compositivas exclusivas de hombres y mujeres ni instrumentos vetados, aunque en este aspecto todos sabemos que hay algunas tendencias en cuanto a los y las intérpretes.

La música como creación surge de una necesidad de expresar. A lo largo de la historia la música ha sido vehículo de sentimientos, pero también de procesos racionales y matemáticos; incluso ha servido como mera descripción. Y esa necesidad de expresar va con las personas, sean del género que sean –me gustaría hacer hincapié en la palabra género, siendo consciente de que en estos momentos de la historia hablar solamente de hombres y mujeres se nos queda corto.

Mucha gente cree que los que escribimos música somos especiales, cuando la realidad es que todos somos seres creativos y la diferencia simplemente está en el medio de expresión que elegimos –no tengo claro si lo elegimos o nos elige–. Al fin y al cabo, todos los medios de expresión tienen su técnica –no olvidemos que el término arte procede del latín ars, equivalente al griego téchne (‘técnica’), y tiene la misma etimología que la palabra artesanía–. Como decía, cada medio exige una técnica que hay que conocer, practicar y perfeccionar. Si se está dispuesto a ello y las condiciones lo permiten, la creatividad fluye libremente. Pretender que todas las músicas compuestas por mujeres suenen a mujer es perpetuar estereotipos.

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