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Por la forma el objeto estético deja de existir como medio de reproducción de un objeto real, y existe por sí mismo; su verdad no está fuera de él, en algo real que el imite sino en el mismo. Esta suficiencia ontológica que la forma otorga a lo sensible unificándolo nos permite afirmar que el objeto estético es naturaleza. Lo sensible fijado, informado, animado, convertido finalmente en objeto, constituye una naturaleza que posee el poder anónimo y ciego de la Naturaleza. El objeto estético está ahí, y lo primero que solicita de nosotros es la aceptación de su presencia, no por la náusea, sino por la alegría, como tendremos ocasión de ver más tarde.

Así el objeto estético es naturaleza por este poder de lo sensible en él, pero a su vez lo sensible solo tiene poder por la forma que es, en sí misma, forma de lo sensible. Ahora bien, esta forma viene impuesta al objeto por el arte de quien lo crea: paradójicamente el objeto estético es natural por ser artificial. Y en consecuencia deberá ser confrontado ahora con el objeto artificial.

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