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Las cosas no importan más que en cuanto elementos de un orden universal que la mirada se impone como una perspectiva. Las figuras agrietan por todas partes la continuidad del universo. Resorte particular en su desnudez existencial.15

Pero esta transmutación del objeto, esta condensación de su en-sí, no afectan solo al objeto representado por la obra, ya que efectivamente la representación arranca a la percepción del mundo donde todo se ordena, sino también al ser del objeto estético, es decir a su materia misma. Quizá Lévinas no insiste lo suficiente en este punto: lo que nosotros denominamos aquí naturaleza, no es exactamente el «hay», la natura naturata, tal como puede revelarse en las experiencias privilegiadas, que toda filosofía busca e invoca a su manera, como la captación intelectual de la necesidad, el sentimiento de la angustia o la experiencia del horror. Sino que se trata más bien de la experiencia de la necesidad de lo sensible, es decir de una necesidad interior a lo sensible, que no es simplemente el advenimiento de fondo contingente, propio de una sensación que nos sorprende, como cuando una luz repentina nos ciega o un olor penetrante lo invade todo, sino que se trata de la consagración, por la forma de lo sensible y del testimonio que rinde al ser.

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