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Esta inutilidad del objeto estético y la primacía de que goza en él lo sensible nos llevan a subrayar una exterioridad radical, la exterioridad de un en-sí que no es simplemente para-nosotros, que se impone sin dejarnos otro recurso que la percepción; se aleja así del objeto de uso tanto como se acerca al objeto natural. Tengamos en cuenta este peso de la naturaleza en él. Podemos llamar naturaleza, en un sentido próximo al Erde de Heidegger, a esta presencia masiva del objeto que casi nos violenta. Naturaleza inmensa, impenetrable y orgullosa, como canta el Fausto de Berlioz: tal es también la sinfonía, tal es el monumento o el poema. Se comprende que, queriendo dar alguna idea de este hecho de existencia fundamental, donde se hallan confundidas la existencia subjetiva, de la que habla la filosofía existencial, y la existencia objetiva del realismo clásico, cuando Lévinas se refiere a lo que él llama «el hay», recurra al objeto estético invocándolo: es precisamente este objeto estético el que nos da la experiencia limpia y desnuda de lo dado, es decir de esta alteridad esencial que la «utensibilidad» nos oculta, al igual que las ropas en el universo social ocultan la alteridad inquietante del otro.13 «El arte, incluso el más realista, comunica este carácter de alteridad a los objetos representados que forman, sin embargo, parte de nuestro mundo»;14 las tentativas de la pintura contemporánea son aquí particularmente esclarecedoras:

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