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El objeto estético es pues naturaleza en cuanto expresa a la naturaleza, no en lo que la imita sino en lo que se somete a ella. Alain ha insistido largamente a este respecto.12 La naturaleza a la cual se somete el arte es tanto la estructura fisiológica del cuerpo humano como la fuerza de las cosas. Y no solo el arte se somete a ello para hacer obras duraderas –a este respecto la arquitectura es el arte por excelencia, y Miguel Ángel decía, con razón, que los pintores o escultores debían de ser antes arquitectos– sino que además proclama esta sumisión: el objeto estético se vincula a la naturaleza; bien porque se integra al entorno como el Partenai de la Acrópolis o en el Sena la iglesia de Notre-Dame aux berges, o bien porque no disimula las leyes naturales del material que trasforma obedeciéndole, se confiesa a sí mismo cosa entre las cosas, no se avergüenza de ser inhumano en su humanidad.

Incluso las artes que se separan de la naturaleza, cuyas obras se abrigan en los monumentos que les dedica la cultura, como la música en la sala de conciertos, la pintura en los museos o la poesía en las bibliotecas, mantienen en sí algo de natural. ¿Y qué hay con ello? Pues simplemente que el objeto estético está ahí, sin más, y no aguarda de nosotros más que el homenaje de una percepción. Posee la presencia obstinada de la cosa. Está ahí para nosotros, pero como si no estuviera. Ha sido hecho, desde luego, por alguien, que nos hace signos a través de su obra, pero no para invitarnos a algún tipo de acción común, ni para advertirnos de un peligro ni tampoco para darnos una orden. Lo que nos dice el objeto queda en el secreto de nuestra percepción y no nos determina a nada.

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