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El objeto estético es, pues, lo sensible que aparece en su esplendor. Pero ya en esto se diferencia del objeto ordinario, que tiene colores, pero que no es color que produce ruido, pero no es sonido. Pues, a través de los colores o los sonidos, a través de las cualidades sensibles que retiene principalmente por su significación, la percepción se dirige a lo que le interesa: lo útil, como ya lo pensaba Descartes, o el saber que a este nivel apunta a lo útil y busca convertir el objeto natural en objeto de uso. El ruido de la locomotora no interesa al mecánico como interesa a Honegger, ni el del mar al marino como a Debussy. El objeto no es apreciado por sí mismo, y sus virtudes sensibles no son estimadas; veremos por el contrario cómo sí que son buscadas y exaltadas por la operación del artista y por la percepción estética.

Para el arte, lo sensible no es ya un signo en sí indiferente, es un fin, y se convierte él mismo en objeto o al menos algo inseparable del objeto al que presta su calidad. La relación de la materia, que es el cuerpo de la obra, y de lo sensible no es la misma que se da en el objeto de uso, en el que la percepción, por un movimiento espontáneo que retomará la física aristotélica, distingue esta materia de las cualidades sensibles porque lo que le interesa de la cosa es su sustancia cósica, aquello por lo cual la piedra es piedra y puede servir para construir, aquello por lo que el acero puede ser utilizado en una máquina, por lo que las palabras tienen un sentido y permiten el intercambio de ideas. El arte, por el contrario, rechaza toda distinción entre la materia y lo sensible: la materia no es otra cosa que la profundidad misma de lo sensible. Esta masa rugosa y resbaladora es la piedra; este sonido frágil, suelto e insinuante es el timbre de la flauta, y la flauta no es otra cosa más que el nombre que damos a dicho sonido: es el sonido mismo el que es materia, y si hablamos de madera o metal, no es para designar la materia del instrumento simplemente, sino que nos referimos a la naturalidad del sonido. Igualmente, cuando los pintores hablan de la materia, no se trata sin más del producto químico o de la tela sobre la que se coloca la pintura, sino del color mismo tomado en su espesor, su pureza, su densidad, según se ofrece en su trabajo, pero sin perder nada de su virtud sensible y de su referencia a la percepción. Así la materia, para el que percibe, es lo sensible mismo considerado en su materialidad, casi se podría decir en su extrañeza; no es necesario invocar para nada un sustrato de lo sensible, es el objeto por sí mismo. Es suficiente que la percepción registre este milagro de lo sensible en toda su plenitud y atestigüe una materia que no se avergüenza en absoluto de sí misma.

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