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El objeto humano está al servicio del hombre; fabricado por el hombre y para el hombre, pertenece a alguien y puede convertirse en objeto de cambio; en este sentido –y es todo lo que queremos decir aquí– la propiedad se percibe de alguna manera en el objeto mismo. Pero es porque este objeto lleva inmediatamente ante mí la marca del hombre, por lo que a la vez se nos hace inmediatamente presente y sensible todo un mundo cultural. El objeto usual nos habla de un prójimo antes de que, por así decirlo, le conozcamos o le encontremos.9 Palpablemente indica la existencia de un facere que lo ha producido, mediante cierto rigor muestra un aire de finalidad; la cosa natural conlleva tal huella del azar del que es precario resultado, el objeto fabricado conlleva el cuño de la norma a la que ha sido sometido, que ha presidido su fabricación; un orden aparece en él, en la geometría de sus formas, en el equilibrio de sus proporciones, en la solidez de sus bases, un orden instituido por el hombre. Y que aparece como si fuese un mandamiento para la naturaleza, que violentase la anarquía del azar. El objeto ha sido hecho y puede ser deshecho y rehecho según este orden que le hace ser. Lo que de humano hay en él es principalmente esta ley que le regula en cuanto que ha regido su creación. Y esta ley expresa al mismo tiempo la posibilidad de un uso: el objeto se revela como hecho para ser utilizado; incluso aunque ignoremos dicho uso, como sucede con ciertos objetos que las excavaciones sacan a la luz, sabemos que ha sido concebido para ser utilizado, y que es posible poder redescubrir el comportamiento que justifica este objeto, utilizándolo. Existe, pues, una apariencia de finalidad en el objeto de uso, mas se trata de una finalidad externa, ya que no tiene su razón de ser en el mismo sino en el empleo que de él se haga. En fin, que este objeto es humano en la medida en que conlleva la huella de su uso, al igual que el lecho guarda las señales del cuerpo que allí ha descansado o el mango de una herramienta conserva el brillo cuando se ha desgastado largamente por el roce de las manos.

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