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Así reencontramos por todas partes la correlación del objeto estético y de la percepción estética. Está en el centro de nuestro trabajo, del cual podemos ahora anunciar las grandes líneas, después de haber dicho de pasada lo que no vamos a tratar. Partiremos de la obra de arte, pero sin quedarnos en ella: nuestra tarea no será, más que accesoriamente, de crítica. La obra de arte nos debe conducir al objeto estético. A él consagraremos la mayoría del tiempo porque plantea los problemas más delicados. Sabemos ya en qué medida se le puede identificar con la obra de arte, al menos cuando llamamos al objeto estético obra de arte, y bajo la reserva de que el mundo natural puede también ocultar o suscitar tales objetos. Objeto estético y obra de arte son distintos en esto: que a la obra de arte debe añadirse la percepción estética para que aparezca el objeto estético; pero esto no significa que la primera sea real y la segunda ideal, que la primera exista como una cosa en el mundo, y la segunda como una representación o una significación en la consciencia. No habría por lo demás razón para atribuir únicamente al objeto estético el monopolio de una tal existencia: todo objeto es objeto para la conciencia, incluido cualquier tipo de cosas, y por consiguiente también la obra de arte en tanto que cosa dada en el mundo cultural; ninguna cosa goza de una existencia tal que le exima de la obligación de presentarse a una consciencia, aunque se trate de una nueva consciencia virtual, para ser reconocida como cosa. Dicho de otro modo, el problema ontológico que plantea el objeto estético es el que plantea toda cosa percibida; y si se conviene en llamar objeto a la cosa en tanto que percibida (u ofrecida a una percepción posible, como por ejemplo, a la percepción del prójimo) hay que decir que toda cosa es objeto. La diferencia entre la obra de arte y el objeto estético reside en que la obra de arte puede ser considerada como una cosa ordinaria, es decir objeto de una percepción y de una reflexión que la distinguen de otras cosas sin otorgarle un tratamiento especial; pero que al mismo tiempo puede convertirse en objeto de una percepción estética, la única que le es adecuada: el cuadro que está en mi pared es tan solo una cosa para el agente de mudanzas, y es un objeto estético para el amante de la pintura; y será las dos cosas, pero sucesivamente, para el experto que lo restaura. De igual manera, el árbol es una cosa para el leñador y puede ser objeto estético para el que pasea. ¿Quiere esto decir que la percepción ordinaria es falsa y la percepción estética la única verdadera? No exactamente, pues la obra de arte es también una cosa, y veremos que la percepción no estética puede servir para rendir cuenta de su ser estético sin captarlo como tal; y, más profundamente, veremos que el objeto estético conserva los caracteres de la cosa siendo más que cosa.

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