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Así pues, todo lo que diremos de la obra de arte es válido para el objeto estético, y los dos términos pueden confundirse. Pero, donde importa no obstante separarlos es: 1.º Cuando describamos la percepción estética en tanto que tal, porque su correlato es entonces propiamente el objeto estético, y 2.º Cuando consideremos las estructuras objetivas de la obra de arte, pues la reflexión sobre estas estructuras implica precisamente que se sustituye la reflexión por la percepción, que se deja de percibir el objeto para estudiarlo como mera ocasión perceptiva, lo que por otra parte hace aparecer en él la exigencia de una percepción estética.

Después de haber afrontado estos problemas, verificaremos, por medio del esbozo de un análisis objetivo de la obra, lo que la descripción del objeto estético nos habrá sugerido. Después describiremos la percepción estética en sí misma oponiéndola a la percepción ordinaria, que habremos considerado primeramente en su movimiento dialéctico, al oponer el objeto estético a la cosa percibida en general. Habremos así captado la experiencia estética (del espectador) procediendo a una dicotomía prácticamente inevitable, pero indicando que debe ser superada, aunque para ello sea necesario saltar reiterativamente de una parte a la otra, que por otro lado atenuaremos tanto como sea posible al dar a la tercera parte una brevedad que no tendrán las dos primeras. En la última parte, en fin, nos preguntaremos qué significa esta experiencia y en qué condiciones es posible. Pasaremos de lo fenomenológico a lo transcendental, y lo transcendental mismo desembocará en lo metafísico. Pues, el preguntarnos cómo la experiencia estética es posible, nos llevará también a preguntarnos si y cómo ella puede ser verdadera. Y se trata entonces de saber en qué medida la revelación que la obra de arte aporta –el mundo al que nos introduce– es solamente debido a la iniciativa del artista cuya subjetividad se expresa en la obra y la contagia de subjetividad, o si es el ser mismo que se revela, siendo el artista solo la ocasión o el instrumento de esta revelación. ¿Hay que elegir entre una exégesis antropológica y una exégesis ontológica de la experiencia estética? Posiblemente el problema se presentaría de otra forma si consideráramos el objeto estético dado en la naturaleza; pero no haremos a ello más que una alusión ya que hemos decidido atenernos a la experiencia estética suscitada por el arte. Por lo demás, es inútil anticipar más sobre los problemas que plantea esta experiencia; no tomarán todo su sentido más que después de la descripción que sobre ello habremos hecho y a la cual vamos a consagrar la parte principal de este trabajo.

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