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Del mismo modo que en la visita anterior cuando fue con su padre, Mercedes apareció bajo el umbral de la puerta principal. Esta vez, desde la distancia dedicó al joven una sonrisa, que éste no supo interpretar si era sincera o forzada.

– Juan, querido no sabes cuanto me alegra que hayas venido nuevamente – dijo la anfitriona mirándole de pies a cabeza y terminando por estrecharle en un suave abrazo acompañado de un ligero beso en la mejilla.

– Estoy encantado de estar aquí, como siempre – respondió el joven con afecto a la calurosa bienvenida –. Y no quisiera estar abusando de su confianza y hospitalidad.

– Espero que a partir de ahora me tutees, y pasa que quiero que veas a alguien – dijo Mercedes dando por terminado el protocolo de saludos.

Nada más cruzar el umbral, Juan se quedó petrificado al observar la figura que con aire cadencioso descendía por la escalera que comunicaba el hall de entrada con las estancias del piso superior.

– ¿Recuerdas a mi hija Isabel?, erais sólo unos jovencitos en la edad del pavo la última vez que os visteis.


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