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– No te preocupes – dijo Juan para animarle -, eso siempre pasa la primera vez, inténtalo otra vez sin soltar la piedra antes de tiempo.

– No la he soltado intencionadamente, se me ha escapado sin más – respondió Isabel con cierta frustración.

– No te enojes, simplemente concéntrate y lanza.

Isabel flexionó las rodillas, tal y como le había visto hacer a Juan, hizo dos movimientos girando su cadera, y al tercero lanzó la piedra con todas sus fuerzas hacia el centro del lago.

– Uno – empezaron a contar los dos jóvenes al unísono -, dos, tres,…

Esperaron unos segundos para confirmar que la piedra se había hundido y entonces Isabel miró a Juan esperando su dictamen.

– ¡Fantástico!

En ese momento Isabel empezó a dar saltos de alegría para finalmente abrazarse a Juan con tal ímpetu que casi provoca la caída de ambos al agua.

– Ves como no es tan difícil.

Hicieron unos cuantos lanzamientos más, hasta que se terminó el puñado de piedras recolectado por Juan.

– Creo que deberíamos volver antes de que mi madre empiece a preocuparse. Lo estoy pasando muy bien contigo, pero quiero evitar que luego se ponga insoportable.


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